lunes, 4 de junio de 2018

Aprender a vivir después de una colisión

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Todos en este efímero momento llamado existencia, tenemos punzadas, tan profundas y latentes; estamos dañados, cortados, lacerados, desgarrados, por nuestro pasado y presente.

Estamos expuestos al sufrimiento y a cada uno le toca su cuota, su pequeño Getsemaní; hay algunos con más costales, que el equino que lleva tu carga de conciencia, se derriba en cualquier árbol, a morir de sequedad y sufrimiento.

Aquel peso es un escudriñador, y ejerce poleas de presión en nosotros, causando un gran esfuerzo, capaz de romper los músculos de tu corazón. En ese momento de quiebre, tú decides para qué sirve el peso, si fortaleces los pilares y válvulas cardiacas, o rompes para siempre tu capacidad de amar.

Repararse cuando nuestra mente está nublada y nuestro dolor es insoportable, es casi una utopía, parece inalcanzable, y a medida que la tempestad y la tribulación nos golpea, repararnos se vuelve una necesidad para vivir, continuar, volver a sentir, y ser más perfectos, sinceros, prestos.

Siempre hay un momento de impacto, ese que cambia nuestro rumbo o destino, una colisión de nuestra mismidad, que golpea cada partícula física y cada pensamiento divagante y profundo. Que nos fracciona. Y solo vemos una tempestad a nuestro alrededor.

Sin embargo, existe ese momento de despertar, de volver a mirar el amanecer, agarrar lo que nos queda y volvernos a construir.

Tal vez hay una mano amiga te pueda ayudar, aunque en realidad todo depende de ti.

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