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¿Te ha tocado alguna vez irte? Salir de tu hogar, separarte de
todo lo que conocías, por el simple hecho de que toca crecer, ser alguien. Para
aquellos que les ha tocado, conocen muy bien el sentimiento que embarga irse de
su casa, de la comodidad de los suyos, de todo lo que conoces. Pero no todo es
malo, sé que es lo mejor que podemos hacer para crecer y vivir.
Somos pequeñas plantas, alrededor de una gran mata que nos da
nutrientes y fortaleza; una tierra fértil que protege y nutre, pero al irnos
nos arrancan de esa tierra, somos la misma mata en una maceta nómada, lejos de
los nutrientes, en ese momento descubrimos cómo sobrevivir.
Crecer para ser fuerte, independiente, libre. Envueltos en un
torbellino de colores y sensaciones, que jamás habíamos visto, sintiendo cosas
diferentes.
Lejos de todos tienes la opción de volverte a amar y consentirte,
conociendo los más oscuros rincones de tu alma y volverle a dar luz a esos
espacios; percibir el presente como un regalo, el pasado como una
enseñanza y al futuro tan anhelado restarle importancia; lejos, tu sonrisa
depende de ti.
Percatarse que existe más mar que solo tu playa, más bosques,
más manglares, más ríos, más desiertos, que solo los que conociste; percibir
más liviano el aire cuando respiras y volverte más diáfano en el camino que va
lejos de casa.
Toca irse y cuesta, pero es allí donde más amas tu hogar y las
personas que están en él; ser responsable de tu felicidad. Toca irse y regresar
porque no hay nada más hermoso que encontrar el retorno al hogar.
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